El principal problema que tiene España en este momento histórico se llama Rodríguez. En contra de lo que pueda creerse, la amenaza fundamental a nuestra supervivencia como Nación no viene de los nacionalismos periféricos e insolidarios que tienen que negar nuestra realidad nacional para construir una particular e imaginaria, sino más bien de quien siendo el presidente de la Nación española reniega de su existencia. La viabilidad de nuestro Estado, como un proyecto común de futuro capaz de hacer frente a los nuevos desafíos de este siglo recién estrenado, no está tampoco en cuestión por unos gobiernos autonómicos que aspiran siempre a obtener mayor financiación y mayores competencias, sino por un Gobierno de España que trabaja activamente por desprenderse de sus propias responsabilidades y está dispuesto a desguazar en diecisiete piezas todos los elementos vertebradores de un país, como la Hacienda Pública, la Justicia o la Seguridad Social.
Lo más inquietante del debate sobre el proyecto de Estatuto catalán celebrado el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados no fueron por tanto las intervenciones previsibles del presidente de CiU o del líder de ERC, sino el vacío del discurso de Rodríguez Zapatero. Es más, el debate tuvo algo de esperpento. El lobo del independentismo catalán se disfrazó ese día de cordero, por mucho que se le viera la patita por debajo de la puerta, para entrar en la sede de la soberanía nacional y tratar de engañar a la Cámara y al conjunto de los españoles sobre sus auténticas intenciones. Por el contrario, fue el cordero de Rodríguez Zapatero el que se vistió esa noche de lobo para ponerse al frente de un proyecto de disgregación de la Nación y de desarticulación del Estado que traiciona la trayectoria histórica de su partido, que es contraria a la voluntad mayoritaria de los españoles y que es absolutamente contradictoria con su responsabilidad como presidente del Gobierno.
El presidente Rodríguez ni siquiera optó el pasado miércoles por ocupar un espacio intermedio entre quienes consideramos que el Estado Autonómico es ya una realidad desarrollada que no necesita de un nuevo impulso de descentralización política y quienes simple y llanamente, aunque en ocasiones les interese tácticamente ocultar sus planes, aspiran a la segregación, a la independencia y a la plena soberanía de sus territorios. El discurso vacío de Rodríguez Zapatero es el aire que permite volar hoy al sueño independentista, pero su programa político supone de hecho situarse en la vanguardia del proceso de voladura de la Nación y desmontaje del Estado al que aspiran los independentistas.
La tragedia es que Rodríguez Zapatero ni siquiera tiene un plan de a dónde quiere llegar. Parece que su único objetivo es mantener el poder a toda costa. Para ello utiliza dos tácticas. La primera es mantener cohesionada su alianza parlamentaria con los independentistas y los radicales de izquierda, aún a costa de renegar permanentemente de sus principios más básicos y claudicar frente a todas y cada una de las reivindicaciones de sus socios. El proyecto de Estatuto remitido desde Cataluña es el mejor ejemplo de esta realidad.
El segundo objetivo es tratar de destruir por todos los medios al Partido Popular como única alternativa al caos en el que cada vez con más evidencia nos va introduciendo. Para ello, ni el PSOE ni sus aliados reparan en ningún escrúpulo político o moral. Pero más allá de estos objetivos tácticos, dudo mucho que exista en la cabeza de Rodríguez un horizonte estratégico de cuál puede ser el futuro de España al que aspira. Es más, mi opinión es que el presidente prefiere vivir en la inconsciencia de cuál será el resultado a largo plazo de las decisiones que ahora está adoptando para poder sobrevivir día a día en La Moncloa.
Ignacio Cosidó es senador del PP por Palencia.